Tiempo de libertad

Leo una nota periodística un tanto enrevesada sobre el tiempo. Me produce un efecto divergente. La premura preside el estilo, un tanto descuidado y negligente. No contiene un argumento falaz, pero la claridad expositiva tampoco es su fuerte. No vale la pena volver a releerla tan pronto, pues sin duda quedará para el olvido, ya que es una nota para llenar una columna y cumplir con la disciplina del escritor. Pese a todas estas debilidades, su mayor mérito se observa nítidamente: plantea el tiempo como tema de reflexión.

La circunstancia es para alegrarse. Una reflexión sobre el tiempo tiene sus complejidades y no es muy fácil pronunciarse sobre ellas. Pienso en los argumentos de algunos filósofos al respecto y un interés latente en mí se actualiza. Una inquietud que responde a una perspectiva muy clara. Estoy convencido de que todo tiene un origen y a la manera de pensar sobre la base de esta premisa la llamo perspectiva genealógica. La convicción de que todas las ideas tienen un origen me resulta incluso placentera y hasta la encuentro útil para combatir fanatismos e intransigencias, pues también tienen su origen. Lo que quiero dejar en claro —y para eso traigo a colación estas cláusulas liminares— es que no interesa ahora la metafísica del tiempo sino, antes bien, el origen de nuestras ideas acerca del tiempo (entre las que están incluidas, naturalmente, las ideas metafísicas).

Una de las ideas más comunes al respecto, por ejemplo, es que el tiempo se puede medir. Las medidas del tiempo operan por segmentación o adhesión progresiva. El lenguaje lo atestigua: el segundo es la unidad mínima, según el sistema sexagesimal (en el que la unidad se expresa en sesenta). Pero resulta que también el segundo puede medirse a escalas de base diez (centésima, milésima, millonésima, etc.). Minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos, milenios… todos estos vocablos indican una magnitud numérica del tiempo, pues remiten a una cantidad. Por eso que el tiempo resulta mensurable. Sin embargo, podemos preguntarnos cuándo empezamos a nombrar así las medidas del tiempo. Más aún: ¿cuándo y cómo se midió por primera vez el tiempo?, ¿cómo se llegó a saber con certeza —si la hay— que un segundo dura exactamente la medida que lo contiene?

La explicación que se deriva de los múltiples movimientos de la tierra (rotación, traslación, etc., hasta el bamboleo de Chandler) no satisface mi curiosidad. No busco una explicación científica, pues finalmente la ciencia moderna, con sus descripciones geométricas y sus fórmulas lo único que consigue es ofrecerme imágenes no menos sugestivas que la poesía. Lo más que consigue es invitarme al asombro. Estoy pensando en el tiempo desde la filosofía del origen de nuestras ideas y la explicación de la ciencia tiene ideas ya sistematizadas que, sin embargo, no muestran el meollo de la cuestión. Podemos decir, por ejemplo, que el tiempo de la geometría y de la física está vinculado con el tiempo de las instituciones, pero que ambos son distintos del tiempo natural.

El tiempo natural es el tiempo del cuerpo: de sus procesos biológicos, es cierto, pero también de los procesos afectivos. Podríamos incluso decir que hay un tiempo psicosomático del que no siempre tenemos conciencia. Y hay un tiempo onírico, que es el tiempo del sueño, donde todos los tiempos coinciden superpuestos, trenzados y amalgamados es una sola materia indestructible. Este lenguaje para referirse al tiempo, no obstante, cae en los lugares comunes. Contamina el tiempo de espacialidad y de materia. La unidad del tiempo y del espacio es una unidad de síntesis que admite descomposición en sus elementos más simples. Ello quiere decir que podemos pensar al tiempo y al espacio por separado. No digo que sea el ejercicio más sencillo, pero es posible concebir un cosmos inmóvil donde el movimiento sea pura apariencia. O, mejor aún, un cosmos donde el movimiento de las partes no implique el movimiento del todo.

El tiempo de la vivencia y la vivencia del tiempo son dos hechos inauditos. Cuando decimos nuestra edad no hacemos uso sino del calendario solar. Treinta años equivalen, se supone, a treinta movimientos de traslación completos realizados por la Tierra alrededor del Sol (un movimiento que nunca se cierra sobre sí mismo, además, porque la espiral ascendente o descendente no pasa nunca dos veces por el mismo punto). Detrás de las palabras segundo, minuto, hora, etc. hay una compleja trama de conceptos que corresponden a la tradición matemática (¿por qué la esfera mide 360 grados, por ejemplo?). De ahí que se pueda hablar de un tiempo lineal y de un tiempo circular o cíclico, de un tiempo euclidiano y de un tiempo no-euclidiano. Pero con ello todavía no habríamos salido de los entrampamientos de la matemática. Más allá de este límite empiezan las mitologías, las religiones, las artes en general y entonces los creadores hacen lo suyo. Y todo sucede, como escribiera Octavio Paz, «mientras afuera el tiempo se desboca/y golpea las puertas de mi alma/el mundo con su horario carnicero».

El tiempo es una noción muy frágil. Nos conmueve cuando nos devuelve la conciencia de nuestra finitud. Y a menudo nos dejamos ganar por ese apabullante sentimiento que viene anejo a la conciencia de la muerte, la propia y la de los otros, sobre todo cuando son seres queridos. Sin embargo, cuando reparamos en los velos de ese sentimiento y lo vemos como una confirmación del sentir y de la vida, entonces podemos considerar al tiempo separado de nuestros sentimientos y en el ámbito estricto de nuestra comprensión de su concepto. Ahí podemos ver, enseguida, el horario como una institución aplicable a múltiples aspectos. El tiempo de la faena tiene su contrapeso en el tiempo del descanso y, sin más, hay tiempo para todo. Y si tiene un comienzo, también tiene un límite.

Ahora podemos volver la mirada más libremente sobre nuestras actuales circunstancias políticas y observar que el tiempo del silencio que oprime y se hace cómplice de la opresión ha llegado a su fin. Por debajo de él hace mucho que se percibía el espíritu de lucha que ha resistido siglos de injusticias y atrocidades. No porque gustara del placer perverso de regodearse en el yugo que le fue impuesto. En realidad gestaba su propia madurez para sacudirse de todas sus cargas. Mientras tanto aprendió a contemplar las múltiples posibilidades para que su acción fuera fructífera y pudiera situarse más allá de todas las reivindicaciones, integrándolas en el plano de universalidad que precisa el presente. El Perú está de fiesta y la ciudadanía saldrá a las calles en busca de un tiempo renovado: un tiempo en que la ciudadanía y el pueblo coinciden en una sola materia, el pueblo ciudadano, para recordarle al Perú que es una tierra de libertad, que es un pueblo libre e independiente que se reconoce democrático, pacífico y consciente de su poder para guiar los rumbos de la historia. Los políticos tradicionales no podrán desoír más que exigimos respeto por las instituciones democráticas y, con ello precisamente, que se atienda con celeridad la agenda social. Lo que veremos en las calles esta tarde de julio será una manifestación de la democracia sin contexto electoral.

Acerca de Dany Cruz Guerrero

I was born in Piura, Peru, in 1983. I'm author of sonnets's book Rueca del Insomnio (Lima: Pakarina, 2013), which won Honorable Mention in the National Poetry Award PUCP 2007, and haikus's book Nuevo Sol (Lima: Pakarina & CortaRama). Working as an editor at CortaRama Editores. I studied Humanities and Philosophy at the Antonio Ruiz de Montoya SJ University (2005-2011).
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